Santa Teresa y la Navidad

 


Carmelitas y amigos del Carmelo: 

La comunidad “Llama de Amor Viva” tiene el agrado de ofrecer su acostumbrado mensaje navideño, sumado con un distintivo especial otorgado por S.S. el Papa Francisco, con motivo de la Penitenciaría Apostólica, la cual concedió el Año Jubilar Teresiano 2022-2023, con ocasión de las solemnidades en honor a esta notable mujer. Un año santo que además coincide, con el IV centenario de su canonización.



Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, escritora, mística, Doctora de la Iglesia y mujer adelantada a su tiempo, mantuvo una relación extraordinaria con Dios y su prójimo; no es por nada que nos llene de satisfacción este año en particular y, muy especialmente, destacar la misión de engrandecer la Iglesia de Cristo para todos los fieles, sin disminuir el carisma que espiritualmente, pueda identificar a cada persona.

Santa Teresa no es sólo una Santa de los carmelitas, es una Santa para todo el pueblo de Dios. Citando sus propias palabras, la Santa expresa (1577): “Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros a servir a este mi Dios y Señor, os pido que en mi nombre, cada vez que leyereis aquí, alabéis mucho a Su Majestad y le pidáis el aumento de su Iglesia” (Cuartas Moradas). Teresa reconoce como premisas en esta breve cita, dos sugerencias fundamentales para la espiritualidad, 1) Servir a Dios y, 2) Aumentar la Iglesia.

Para este tiempo de adviento, Teresa encontraba que el nacimiento del niño Dios implicaba algo más que una celebración; la Santa, veía el sacrificio y los sufrimientos que conllevan la llegada del Salvador y, así como entendía la Iglesia como un todo de Dios, entiende la Navidad como la total entrega de Dios a su pueblo. En uno de sus poemas navideños Teresa nos dice: 

Para Navidad 

Pues el amor

nos ha dado Dios,

ya no hay que temer,

muramos los dos. 

Danos el Padre

a su único Hijo:

hoy viene al mundo

en pobre cortijo. 

¡Oh gran regocijo,

que ya el hombre es Dios!

no hay que temer,

muramos los dos. 

Mira, Llorente

qué fuerte amorío,

viene el inocente

a padecer frío; 

Deja un señorío

en fin, como Dios,

ya no hay que temer,

muramos los dos. 

Pues ¿cómo, Pascual,

hizo esa franqueza,

que toma un sayal

dejando riqueza? 

Mas quiere pobreza,

sigámosle nos;

pues ya viene hombre,

muramos los dos. 

Pues ¿qué le darán

por esta grandeza?

Grandes azotes

con mucha crudeza. 

Oh, qué gran tristeza

será para nos:

si esto es verdad

muramos los dos. 

Pues ¿cómo se atreven

siendo Omnipotente?

¿Ha de ser muerto

de una mala gente? 

Pues si eso es, Llorente,

hurtémosle nos.

¿No ves que El lo quiere?

muramos los dos. 

 

La Santa plasma de manera simultánea la alegría de la plenitud profética del Mesías, con la fusión de la naturaleza humana y divina, desprendiéndose a su vez de su majestuosidad, para entregarse a la pobreza, la humillación, la sencillez y quién sabe si hasta con el estupor de saberse Dios, para entregarse a manos de gentes sin escrúpulos. Como sufre Teresa al ver que esta entrega total, que no se reduce sólo a la donación física, sino a la renuncia parcial de su magnificencia y grandeza, tiene como destino final el desprecio de fútiles mortales.

Ha de ser un llamado de atención este poema, un reclamo genuino y auténtico por la insolencia de un mundo que no se rinde, ante un Dios que si lo hace. Lejos de la nostalgia y el gozo superficial que resume este pequeño poema, se puede apreciar muy en el fondo, un velo traslúcido del amargo dolor de Teresa, al ver un Dios que ama tan incondicionalmente a una creación impasible por su amor.

Hoy, admirando la agudeza de Teresa en un poema que a simple vista parece más un simple lamento; es en realidad, la crítica perfecta ante el estoicismo de la humanidad y su mirada indiferente ante un Jesús que se muestra humilde y accesible en cada tabernáculo del mundo. Si bien la Navidad nos puede evocar memorias de épocas mejores, por qué no exaltar con mayor vehemencia, el sacrificio de un Dios que descendió del trono de los cielos para darnos la oportunidad de vivir en abundancia. La Navidad es más que un acto litúrgico para Teresa y su llegada, representa más que sólo el nacimiento.

Analizando los elementos circunstanciales del nacimiento de Cristo y el contexto asociado a este, podemos encontrar que para hacerse hombre, era necesario en un sentido figurado, renunciar al privilegio de su divinidad, sin mencionar que siendo Dios, se dejó vilipendiar por su propia creación. Que humildad la de mi Dios, que soberbia la del hombre.

Ahora, ante un extendido y verdadero silogismo de la Navidad, es justo acercarnos a una profunda introspectiva, reconocer que muchas de nuestras acciones se encuentran delimitadas por un amor que no va más allá de una armonía social y, que para condescender al menos este sacrificio, deberíamos renunciar a algo.

Esperamos que esta Navidad, la visión teresiana de todo lo que implicó la llegada de Jesús, redimensione el conocimiento de su sacrificio y, colocar en la palestra un par de preguntas, que sólo pueden ser respondidas sumergiéndonos en una profunda y verdadera sinceridad, ¿Merece la humanidad ser amada de esta manera…? ¿Por qué valemos tanto para Dios, si le seguimos siendo indiferentes…?

Si usted encuentra la respuesta a estas inquietudes, compártala en la sección de comentarios, estaremos ansiosos por encontrar algo de luz, en un mundo que se aleja de ella; esperando a la vez, comprender de mejor manera el significado de la llegada del niño Dios en nuestros corazones. Celebrar tan sólo el nacimiento de Jesús, es la razón más pequeña, cuando la comparamos con el verdadero estado de conciencia que demanda conocer la renuncia figurativa de la Omnipotencia de su Majestuosidad, por conservar su amor por la humanidad.

 

Feliz Navidad y

Un abrazo a todos en Cristo Jesús

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