LA RESPONSABILIDAD SOCIAL DE LA IGLESIA; AYER, HOY Y SIEMPRE [Sollicitudo Rei Socialis]

 



La presente exégesis, demuestra la preocupación de la Iglesia por dignificar la humanidad mediante una doctrina social dentro de un marco de mejoramiento continuo, inspirada por el Espíritu y considerando el alcance de la evolución del pensamiento humano; sin descartar, el aporte de las ciencias y el conocimiento. 

La Iglesia; asistida por la palabra renovada y eterna, no deja de ser actual ante las distintas necesidades sociales, mientras que hace eco en asuntos relacionados y expuestos en la Populorum Progressio de Pablo VI de 1967; cabe señalar que, a pesar del tiempo transcurrido, estos asuntos siguen siendo materia de discusión por falta acciones oportunas a las más profundas y genuinas necesidades de la sociedad, aunado a la complejidad que aportan y agregan los nuevos tiempos. 

Sollicitudo Rei Socialis de su SS Juan Pablo II, es una reflexión conmemorativa al vigésimo aniversario de aquella carta de SS Pablo VI, donde se puede apreciar una continua y renovada presencia de las tristezas y angustias que análogamente, padecieron también los discípulos de Jesús; hoy más que nunca, siguen vigentes, pero conceptualizadas por los estereotipos actuales que demandan las exigencias de las nuevas tendencias de comunicación, bajo la figura pública y notoria de lo que hoy denominamos miseria y subdesarrollo. No es otro el propósito de estos documentos, sino el más genuino llamado a la consciencia, el humanismo, la esperanza y la alegría, distinguiéndose la función social de la Iglesia y distinta, de la función de los Estados y su insoslayable responsabilidad para con los pueblos menos afortunados. 

La Iglesia; más allá del marco de acción religioso, se involucra y preocupa por el desarrollo y la reivindicación de los sectores más afectados por la indiferencia; la clase obrera, por parte de aquellos que rigen y dirigen la economía de los pueblos. Sin embargo; la Iglesia misma, es en muchos casos, acusada de sobrepasar sus competencias doctrinales en materia social. La institución Eclesiástica no puede, ni hace caso omiso, al legítimo clamor de los hijos de Dios. La problemática del desarrollo y la justicia social, trasciende más allá de cualquier jurisdicción o frontera. 

El llamado a la consciencia es personal y nunca debe ser confundida la responsabilidad de las naciones desarrolladas con una simple acumulación de riquezas. No puede ser lícito la disposición y mejora de bienes y servicios, si se compromete la libertad y las necesidades más elementales de pueblos subyugados; amputando deliberadamente su espiritualidad; por tanto, el llamado en cierta manera, es una temprana advertencia para evitar posibles respuestas violentas, dirimidas de la legítima defensa por satisfacer las necesidades más básicas del ser humano (vivienda, alimento, vestido), al disponer del bien ajeno. 

Parece inconcebible que una Encíclica inspirada hace más de 50 años, se halla presente con semejante contundencia y; antagónicamente a todo el avance tecnológico actual, es casi paradójico en contraste con la gran cantidad de personas inmersas en esta problemática; la cual, muy a pesar de nuestro supuesto “desarrollo tecnológico”, aumenta en cuantía y demasía por el flagelo del estoicismo y la ingratitud de quienes pretenden vivir de espaldas al clamor de sus hermanos. No puedo proseguir sin citar textualmente una pequeña parte de la Encíclica, sin poder apreciar el reflejo tan nítido e inequívoco con nuestros tiempos. 

Juan Pablo II (1987): “[...]¿Cómo justificar el hecho de que grandes cantidades de dinero, que podrían y deberían destinarse a incrementar el desarrollo de los pueblos, son, por el contrario, utilizados para el enriquecimiento de individuos o grupos, o bien asignadas al aumento de arsenales, tanto en los Países desarrollados como en aquellos en vías de desarrollo, trastocando de este modo las verdaderas prioridades? Esto es aún más grave vistas las dificultades que a menudo obstaculizan el paso directo de los capitales destinados a ayudar a los Países necesitados. Si «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz», la guerra y los preparativos militares son el mayor enemigo del desarrollo integral de los pueblos. 

La Iglesia, acompañando a su pueblo en las más amargas situaciones; análogamente a la compañía y el dolor empático de Cristo para con Marta en la muerte de Lázaro, se hace eco en señalar la obligación urgente por la búsqueda de respuestas inmediatas y oportunas. El llamado busca sensibilizar y comprometer a todos los sectores corresponsables, iniciando en lo religioso y humano; a la vez que desea alcanzar todo el ámbito técnico, social, político, geopolítico y económico de manera global. La miseria, como consecuencia del factor principal donde se origina esta problemática, no son otros, sino el egoísmo y la indiferencia arraigadas en el corazón del hombre; pero a su vez, frágiles y altamente conquistables a la luz del Evangelio. 

Simultáneamente, el cuerpo místico de Cristo, no será impasible ante este flagelo global, el sentido de la universalidad y unidad del género humano; expresado en las raíces de la doctrina social eclesiástica, se contrapone ante la segregación infundada en toda su amplitud semántica, que busca normalizar conceptos como la diferencia de mundos (primero, segundo o tercer mundo); la verdad, aunque no necesariamente la realidad, es la creación única de un sólo mundo, que debiera estar al servicio del hombre, como expresión misma de esa universalidad; en lugar de, solaparse bajo subterfugios de estratos sociales, que menoscaban con mayor profundidad el fin de nuestra creación misma. 

Son cada vez más notorias las divisiones impuestas por el hombre, divisiones que no se limitan a las fronteras territoriales, jurídicas o geopolíticas; sino además, se extienden a todo rincón donde este presente la vida humana. La visión separatista del norte contra el sur o del oriente contra occidente, es insuficiente cuando de manera incompatible, vemos intrínsecas fronteras entre diversas clases en una misma sociedad; que pueden ir desde la más absoluta miseria, hasta llegar a la mayor y más desconcertante opulencia. Las dos cara, de una misma moneda. 

La sociedad moderna; junto con una lista interminables de obstáculos, no se conforma con establecer límites de tipo social, jurídico y económico sobre bienes y servicios; sino además, acentuar diferencias que abordan lo cultural, moral, espiritual, biológico y hasta el mismo e inalienable derecho a la vida. De la misma manera como la Encíclica menciona la problemática presente desde tiempos remotos; se hace actual, cuando de forma espontánea, desarrolla nuevos criterios de segregación; pero bajo el acabose de una falsa moral de igualdad a la que denominan "Inclusión". Una pseudo inclusión que se basa en la aceptación de lo inverosímil y hasta lo estulto, cuando se pretende a su vez desarticular o minimizar instituciones como la familia, el matrimonio y hasta la sui géneris humana. ¿Acaso no es obvio que se habla de puentes, pero se construyen abismos...? 

Esta distancia; cada vez mayor, pretende reducir o simplificar la variedad y la riqueza de la humanidad, con el firme y único propósito de resaltar dos clases; una, elitista y dominante; la otra, subordinada, dependiente e incluso, privada de la libertad psicológica que inspira el impulso creador, reflejo de la naturaleza de nuestro Padre Celestial, al ser imagen y semejanza suya. 

La validez del mensaje de SS Juan Pablo II, expresada en la Sollicitudo Rei Socialis; dirimida a su vez de su predecesor Pablo VI, a través de su misiva Populorum Progressio, se hallan tan vigentes en el presente. que pareciese que se han redactado tales Encíclicas para nuestro tiempo y no para otrora. Es tan cierta y evidente; que citaremos una vez más, un fragmento de dicha carta, sólo con el propósito de parangonar la misma realidad de tres períodos completamente distintos. 

Juan Pablo II (1987): "Es necesario recalcar, además, que ningún grupo social; por ejemplo un partido, tiene derecho a usurpar el papel de único guía porque ello supone la destrucción de la verdadera subjetividad de la sociedad y de las personas-ciudadanos, como ocurre en todo totalitarismo”. ¿No contrasta con aquella frase que hemos escuchado hasta el hastío sobre “...Somos la única garantía de paz...? Sería imposible no ver el parecido con nuestra actual realidad. 

Con el mismo tenor; el llamado de la Santa Sede no pretende disimular los esfuerzos de aquellas naciones, instituciones gubernamentales o no, que han intentado brindar asistencia a pueblos menos desarrollados; pero que infortunadamente, la complejidad y dinámica morfológica del problema se encuentra sometida a un estado de constante cambio, lo que ayer puedo haber sido una solución parcial, hoy en día es completamente ineficaz y debe ser actualizada cualquier estrategia en todos los sectores políticos, geopolíticos, económicos y sociales, conforme avanza y mutan las variantes de esta grave situación. 

Esta complejidad se extiende a diversos niveles; lo cuales no sólo han sido descritos en las mencionadas Encíclicas, sino son también como parte de la doctrina social y fundamental de la Iglesia; ya descrita en su catecismo, cuando se exhorta a la plenitud de la vida humana en materia de vivienda, vestido, alimentos, educación, empleos, salarios dignos, servicios, salud, infraestructura y cualquier bien de necesidad básica; que no son otra cosa, sino aspectos de dignidad enmarcados por la justicia y la paz, que tanto han sido proclamados por la Iglesia y por los cuales, no cesa de orar e intervenir. 

Todo esta reflexión y sinopsis concentrada en estas líneas, nos hace replantear el tema de la libertad, si estamos realmente haciendo uso prudente de esta o, nos dejamos arrastrar como instrumentos de la burocracia, el conformismo, la indiferencia o simplemente la costumbre; para dos caras de una moneda, que se define entre capitalismo liberal y marxismo. Estamos frente a un problema de proporciones bíblicas, el cual parece haber sido descrito más como una profecía de todos los tiempos, en lugar de un paradigma puntual de determinada época, nación o sistema político. Bien será necesario una intervención divina, ante la creciente incapacidad del hombre, que no sabe cómo enfrentar este controversial menester épico y al parecer, casquivano y negligente para resolverlo. Citando nuevamente la carta. 

Juan Pablo II (1987): "Esta es una de las razones por las que la doctrina social de la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo marxista. En efecto, desde el punto de vista del desarrollo surge espontánea la pregunta: ¿de qué manera o en qué medida estos dos sistemas son susceptibles de transformaciones y capaces de ponerse al día, de modo que favorezcan o promuevan un desarrollo verdadero e integral del hombre y de los pueblos en la sociedad actual? De hecho, estas transformaciones y puestas al día son urgentes e indispensables para la causa de un desarrollo común a todos". 

A pesar de los esfuerzos por el llamado a las naciones de primer mundo, por permitir vías para el desarrollo de países menos afortunados, los círculos viciosos que desvían los recursos necesarios para la plenitud de la dignidad humana; son en grandes casos, utilizados para promover la guerra, el armamentismo y el poder bélico; sin bien, la Iglesia, consciente de la necesidad por la protección de las soberanías de cada país, no puede dejar de señalar el desequilibrio que surge por la inclinación de una balanza que promueve la muerte; en palabras que SS Juan Pablo II, expreso como: «El cristianismo prohíbe... el recurso a las vías del odio, al asesinato de personas indefensas y a los métodos del terrorismo». 

Por todo lo citado con anterioridad, es meritorio hacer resonar; una vez más, la diana de la justicia, la equidad y la solidaridad; en una sola palabra, de los "VALORES" éticos y morales, que fueron, son y seguirán siendo, el estandarte de mayor alter ego, heredados por nuestro Señor Jesucristo y por el sacrificio de sus discípulos, extendidos a toda la sucesión apostólica, junto con su rebaño.

No quisiera despedirme en esta oportunidad, sin antes dejar algunas citas textuales de la Encíclica; la cuales considero, son indispensables para dimensionar y ampliar el concepto del pleno significado del "valor". 

«...Tener» objetos y bienes no perfecciona de por sí al sujeto, si no contribuye a la maduración y enriquecimiento de su «Ser», es decir, a la realización de la vocación humana como tal.» 

«...Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello.» 

«...En otras palabras, el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la civilización del amor.»


Un abrazo a todos en Cristo Jesús.







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