En un análisis referente a la Encíclica “Ecclesia de
Eucharistia” de S.S. Juan Pablo II; es conveniente para nuestro crecimiento
discernir algunos aspectos circundantes a la comunión eucarística. Lejos de ser
un simple acto tradicional litúrgico, la comunión redimensionada en la carta,
aporta nuevos aspectos fundamentales en la formación de todo cristiano.
Varios de estos puntos llamaron significativamente mi atención, incluso por el señalamiento de algunas características que pueden ser pocos obvias, para la observancia limitada de los fieles. Me agrada en especial una idea que expresa Juan Pablo II sobre como desde el altar más ornamentado, hasta el más humilde, no presentan diferencia alguna, no sólo en el común denominador del milagro de la transustanciación; sino en la paradigmática analogía, que cuando se realiza el Santo Sacrificio; este, no sólo se limita al altar, sino que convierte a todo el globo terráqueo, en un macro altar; por ser la tierra misma, lugar del contacto con el cuerpo y la sangre de Jesús.
Sn. Juan Pablo II (1987):“Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo.”
La comunión tiene un valor bidireccional, al ser un
sacramento que nos convierte en parte del cuerpo de Cristo; pero que, a su vez,
hace a Cristo parte de nosotros mismos. Citando:
Sn. Juan Pablo II (1987):“Contemplar a Cristo
implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes
presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre.”
Cabe mencionar una preponderante
advertencia que circunscribe al rito de consagración y es respecto a la
sucesión apostólica; algo que Juan Pablo deja muy en claro, referente a
escenarios que desencadenan en confusión para los católicos, es permitir la
disminución significativa de la eucaristía, fuera del marco sacramental de la Iglesia.
“Además, queda a veces oscurecida la
necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y
la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del
anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun
siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas
contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no
manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado
grande para admitir ambigüedades y reducciones”.
Es quizá lo más importante de la
Eucaristía, la comprensión, la relación y su dimensionalidad total de lo que
significa “estar en comunión” donde no se resume con tan sólo estar en paz para
poder compartir de este don sacramental; sino más bien, de poder estar en
comunión con todo a tu alrededor; una comunión que no se limita sólo al
sacramento, ni a lo espiritual, sino también al mundo físico que nos rodea,
porque estando Cristo en nosotros y nosotros en Él, esta comunión incluye
también a la Iglesia, a la doctrina apostólica y el orden jerárquico. Como
expresa la carta:
Sn. Juan Pablo II (1987):«Toda celebración de la Eucaristía se
realiza en unión no sólo con el propio obispo sino también con el Papa, con el
orden episcopal, con todo el clero y con el pueblo entero. Toda válida
celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con Pedro y con la
Iglesia entera, o la reclama objetivamente, como en el caso de las Iglesias
cristianas separadas de Roma»
De
conformidad con lo anteriormente expuesto, queda claro que la comunión no es un
ritual aislado; sino más bien, colectivo. El sacramento une a todo el pueblo de
Dios, con Él, con su pueblo y entre su pueblo; para lograr la exaltación máxima
en toda la extensión de su significado “Comunión”, dirimiendo simultáneamente,
el crecimiento de las virtudes teologales del cristiano.
Sn. Juan Pablo II (1987):«Una comunidad realmente
eucarística no puede encerrarse en sí misma, como si fuera autosuficiente, sino
que ha de mantenerse en sintonía con todas las demás comunidades católicas»
[…] «La comunión invisible, aun
siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por medio de la
cual se nos hace «partícipes de la naturaleza divina» […], así como la práctica
de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de
este modo se obtiene verdadera comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
He sido
testigo de cómo personas, que discrepando con la tradición eclesiástica; por
hallarse proscritos para gozar plena y físicamente de la Eucaristía, han
expresado su descontento contra la Iglesia, señalándola como arcaica e írrita,
gracias al liberalismo y modernismo que ofrece las actuales costumbres
sociales; soslayándose en estas excusas, para justificar una reforma doctrinal;
a estas personas les digo, que aun modificando la norma moral contenida en el
Concilio Vaticano II; e incluso disponiendo del sacramento visible, no son
acreedoras de una verdadera comunión espiritual, ya que en el único contexto de
la Eucarística, no se puede encontrar la plenitud de la comunión, sin estar alineado
con todos sus vínculos.
Sn. Juan Pablo II (1987):“El
camino hacia la plena unidad no puede hacerse si no es en la verdad. En este
punto, la prohibición contenida en la ley de la Iglesia no deja espacio a
incertidumbres”
Sólo
falta resaltar la inequívoca relación de María como primer Cáliz de Salvación,
la primera que portó el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo nuestro Señor, quién
más que María como corresponsal de la Comunión más plena y perfecta para
nuestra salvación.
Sn. Juan Pablo II (1987):“La Eucaristía, en
efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias.
Cuando María exclama «mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios,
mi Salvador», lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre «por» Jesús, pero
también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús. Esto es precisamente la verdadera «actitud
eucarística»”
Un abrazo a todos en Cristo Jesús.
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