Queridos hermanos y
miembros de la comunidad; una vez más, tengo el grato placer de dirigirme a
ustedes mediante el uso del prodigio de la tecnología. Cumpliendo con las
actividades asignadas por nuestra comunidad y, atendiendo a responder su llamado
al servicio de nuestras necesidades, les invito este pequeño análisis y proceso
de descubrimiento interno, que develan el misterio de lo que significa para mí,
vivir en obsequio de nuestro Señor Jesucristo. Gracias y espero sepan disculpar
toda mi franqueza y honestidad en los siguientes párrafos.
Vivir o reconocer la
espiritualidad carmelitana, es una de las funciones más complejas que he
experimentado; incluso en muchas ocasiones, no sabría cómo interpretarla, mucho
menos plasmarla en papel; bueno, papel virtual. La espiritualidad en muchos
casos puede llegar a definir rasgos biológicos; no creo que se limite a una
cuestión de comportamiento social o simplemente a una filosofía de referencia
con la cual, deseamos enmarcar nuestras acciones. Voy a intentar describir; de
la forma más práctica, como se manifestó ese espíritu carmelitano durante este
período denominado pandemia.
Con el propósito de
darle cuerpo a esta actividad, trataré de dibujar algunos términos, comenzando
por el vocablo “Pandemia”; antes de poder siquiera comprender, que rasgos de la
espiritualidad afloraron durante este proceso.
La Pandemia como tal,
no sólo produjo un efecto biológico en las personas; sino también, modificó una
serie de comportamientos sociales que han generado, cambios intrínsecos de la
personalidad, para unos positivos, para otros la verdad, despertó un oportunismo
ruin y facineroso. En consecuencia y en medio de este cinismo económico que
vivimos en Venezuela, develó sentimientos tan profundos e intensos, que
pusieron a prueba mi espiritualidad.
Decir espiritualidad
en pandemia no puede ser un concepto tan parco y literal; debe y hay un
contexto social asociado en todo esto, se hace necesario analizar el alcance de las
consecuencias de este fenómeno, creo que preferiría utilizar la frase “emocionalidad
bajo presión”. La espiritualidad va íntimamente relacionada a nuestras
emociones; porque será esta condición, la que defina nuestra capacidad de
respuesta ante un incontable número de situaciones injustas que tuvimos y
tenemos que seguir viviendo durante este período.
Para nada es un secreto los distintos escenarios de violencia que fuimos forzados a vivir bajo situación de pandemia; como por ejemplo, el miedo, la frustración, la escasez, el aislamiento (físico, psicológico y espiritual), el cinismo de las personas, la inescrupulosidad social, la irreflexión y hasta la estupidez humana a niveles de campeonato. No creo poder sintetizar todo el espectro de emociones que nos tocó vivir, bajo el panorama de un abanico de abusos y oportunismos por quienes; en muchas ocasiones, tenemos la obligación de llamar “hermanos”.
Ahora que lo pienso, uno de los beneficios que me ha traído mi espiritualidad carmelitana (o al menos la que intento tener) es la capacidad de pensar, repensar y recontra pensar las cosas antes de explotar como el pajarito de los Angry Birds; aquí es cuando recuerdo todo lo que descubrí, cuando me dieron la oportunidad de exponer sobre la vida de Sor Isabel de la Trinidad y su defecto de irascibilidad. Cada vez que tengo que confrontar a esa niña interna, me veo reflejado en el crecimiento del dominio de emociones que ella tuvo que enfrentar; como ella misma solía decir:
«He tenido hoy la alegría de ofrecer a mi Jesús varios sacrificios sobre mi defecto dominante, pero, ¡cómo me han costado! Reconozco en eso mi debilidad... Paréceme, cuando recibo una observación injusta, que siento hervir la sangre en las venas, ¡tanto se rebela mi ser!... Pero Jesús estaba conmigo. Oía yo su voz en el fondo de mi corazón y entonces estaba pronta a soportarlo todo por su amor.»
La “emocionalidad bajo presión” valga
decir “pandemia”, ha puesto y sigue poniendo a prueba esta capacidad de
autodominio de mi ser. Qué bueno y gratificante es saber que no estoy sólo en
esta lucha y que muy a pesar, de todo lo que me (nos) han injustamente hecho vivir,
pueda haber una repercusión positiva en nuestras vidas.
Es posible que en el análisis
espiritual de cada quién; luego de mucha reflexión, intentemos resaltar lo
bueno que hayamos podido develar de nosotros mismos; pero para evitar lo
utópico de este proceso, es obligatorio resaltar las condiciones circundantes y
atenuantes de este duro período.
Haciendo una pequeña pausa en todo esto
y particularmente; bajo mi experiencia de tantos años de trabajo en
laboratorios, tratar de evitar un virus con una mascarilla, es tan lógico, como
querer bucear con toda la indumentaria de buceo; pero sin mojarse... ¿Pueden
notar lo idiota que se escucha eso...? Bueno, eso es lo que yo siento,
cada vez que escucho decir “póngase la mascarilla bien...” y aprovechando esta
coyuntura, quisiera colocarles para reflexión el siguiente dato científico; los
poros de la piel, tiene un tamaño que oscila entre 2 a 50 nm [nanómetros] ─olvide
el nanómetro, imagine que son centímetros─; los virus por su parte, tienen tamaños que varían de 25 a 80 nm, es decir, que existe una gran cantidad de
virus que caben en un poro de la piel. Por favor, NO sigan creyendo que se van a
defender con una mascarilla, teniendo todo lo demás expuesto. Los gobiernos no
pueden reconocer abiertamente que no están capacitados para proteger a sus
habitantes contra el ataque de un virus, por eso les dan un pseudo nivel de protección
psicológica.
Volviendo al tema que realmente nos
interesa “la espiritualidad” y una vez descritas las condiciones circundantes a
las que fue sometida la misma; creo que ahora sí sería justo, hablar de cómo
manifestamos esos rasgos espirituales durante esta mal llamada pandemia y es
aquí; mis queridos hermanos, donde confirmo sin temor a equivocarme, el
crecimiento espiritual que desconocía haber tenido; porqué ante tantos abusos y
atropellos a los cuales hemos sido sometidos bajo la excusa de la “pandemia”;
definitivamente, hace falta la intervención divina, 15 milagros, 3 Misas y dos
Rosarios, para no haberle atestado un palo por la cabeza a más de uno ─al mejor
estilo de Sor Isabel─ “...y entonces estaba pronto a soportarlo todo
por su amor”.
Luego de varios días de una profunda
introspección, acerca de cómo he vivido mi espiritualidad carmelitana durante
la pandemia o; con otras palabras, cómo he contenido mis demonios en condiciones tan adversas, no me cabe la menor duda concluir; que ultimadamente, he tenido que caminar con el amor de Cristo en toda esta situación, he orado, servido y fraternizado;
sorpresivamente, he hallado la presencia del espíritu carmelita en mí (aunque
reconozco que suelo dudar tenerla en muchas ocasiones); pero que en definitiva,
Sí, sí la tengo. No hay manera posible de aguantar tanto sin ese amor.
Un abrazo a todos en
Cristo Jesús.
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