Las virtudes teologales de la niñez


Me gustaría compartir una hermosa historia que veía con entusiasmo en mi niñez; quizás muchos estén esperando siempre un mensaje relacionado con Jesús en la Navidad y tienen toda la razón; ya que no habría Navidad sin Él, pero existen mensajes que sin hablar de Dios, hablan de su amor. Esta historia trata sobre la fe, la esperanza y el amor y aunque el personaje relacionado a ella sea "Santa Claus” los verdaderos protagonistas son las tres virtudes teologales mencionadas.

A finales del siglo XIX, una niña de ocho años llamada Virginia O’Hanlon; atrapada por la incertidumbre y la incredulidad de sus compañeros de colegio, escribió una carta al editor del periódico "The New York’s Sun", donde expresaba su inquietud por conocer la verdad sobre Santa Claus. Cuando le preguntó a su padre sobre el asunto, éste le respondió: ─Si lo dice the NY’s Sun, existe─ De manera que, Virginia se animó a escribir al editor del períodico:

Querido Editor:
Tengo ocho años.
Algunos de mis amigos dicen que Santa Claus no existe.
Papá dice: "Si lo ves en The Sun, existe".
Por favor, díganme la verdad. ¿Existe Santa Claus?
Virginia O'Hanlon
115 West 95th Street.
  
Respuesta del Editor The New York’s Sun:



  Virginia, tus amiguitos están equivocados. A ellos les ha afectado el escepticismo de una era escéptica. No creen salvo en lo que ven. Piensan que algo no es posible si sus pequeñas mentes no son capaces de entenderlo. Todas las mentes, Virginia, sean de hombres o niños, son pequeñas. En este gran universo nuestro, el hombre es un mero insecto, una hormiga, en su intelecto, si lo comparamos con el mundo sin fronteras que le rodea, si lo medimos según la inteligencia capaz de aprehender toda la verdad y todo el conocimiento.

   Sí, Virginia, existe Santa Claus. Ciertamente él existe igual que existen el amor, la generosidad y la devoción, y sabes que éstos abundan, dando a tu vida las mayores bellezas y alegrías. ¡Ay! ¡Cuán aburrido sería el mundo si no existiese Santa Claus! Sería igual de aburrido como si no existiesen Virginias. No habría fe infantil, ni, por tanto, poesía, ni romance para hacer tolerable esta existencia. No tendríamos placeres, excepto los de los sentidos y la vista. La luz eterna con la que la infancia llena el mundo se extinguiría.

  ¡No creer en Santa Claus! ¡Entonces tampoco deberías creer en hadas! Podrías pedir a tu papá que contratase hombres para vigilar todas las chimeneas la noche de Navidad para atrapar a Santa Claus, pero incluso si no viesen a Santa Claus descender por alguna, ¿qué demostraría eso? Nadie ve a Santa Claus, pero eso no prueba que no exista Santa Claus. Las cosas más reales en el mundo son aquellas que no pueden ver ni los niños ni los hombres. ¿Has visto alguna vez hadas bailando sobre el césped? Por supuesto que no, pero no hay ninguna prueba de que ellas no estén allí. Nadie es capaz de concebir ni de imaginar todas las maravillas que permanecen ocultas ni las que permanecerán para siempre en el mundo.

  Tu puedes romper el sonajero de un bebé y ver qué produce el ruido adentro, pero hay un velo que cubre el mundo invisible que ni el hombre más fuerte, ni siquiera la fuerza unida de todos los hombres más fuertes que alguna vez vivió, podría desgarrar. Sólo la fe, la fantasía, la poesía, el amor, el romance, pueden apartar esa cortina y ver e imaginar la belleza y la gloria sublimes más allá. ¿Es todo real? Ah, Virginia, en todo este mundo no hay nada más real y perdurable.

   ¡Qué no existe Santa Claus! ¡Gracias a Dios él vive, y vivirá para siempre!. Mil años a partir de ahora, no, diez veces diez mil años a partir de ahora, él continuará alegrando los corazones de la infancia.

     Este editorial de Francis P. Church, “Sí, Virginia, Si existe Santa Claus” encontró un éxito contundente, llegó a ser el editorial más famoso y nunca antes escrito. Su publicación fue hecha por vez primera el 21 de Septiembre de 1897 en el periódicoThe New York' s Sun” y gozó de múltiples impresiones hasta 1949; año en el cual circula este diario por última vez. Para este año la inocente carta de Virginia es uno de los clásicos americanos más recordados a sus 126 años de suceso; particularmente yo, guardo una copia constante en mi corazón y en mis mejores recuerdo de infancia, la cual espero heredar a mis hijos para que la atesoren y valoren de la misma forma como lo he hecho, como un símbolo de la pureza, el candor y la ternura que debemos proteger en todos los niños del mundo.

Un abrazo fraterno para todos, en Cristo Jesús...



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