Recientemente durante una conversación cualquiera, salió a relucir un
comentario sobre la idea de los viajes en el tiempo y fue casi obligada la
referencia a esta novela de gran éxito llamada Caballo de Troya. Al igual que
en otrora, el caballo de Troya fue una estrategia engañosa de los aqueos para
penetrar las murallas de la fortificada ciudad troyana. La mencionada novela,
también es una estrategia de engaño con el propósito de vencer ciertas
murallas; las del espíritu y la mente.
Mediante iba leyendo aquella fascinante historia de ciencia ficción ─de
la cual cito la cubierta del libro─ “Entretejiendo
sabiamente imaginación, ciencia, tecnología, historia y documentos […] Una
fábula que le ha permitido dar rienda suelta a su fantasía y a su dramático
vigor narrativo”. Llama particularmente mi atención las palabras
siguientes a la misma: “Frenados en sus
anteriores trabajos: reportajes, artículos, ensayos…” ¿Qué podría
significar esto? ¿alguna vez esta novela no fue tan ficticia como pensamos? si
no, ¿por qué frenar información anterior a ella?
A pesar de que esta atrayente obra es clasificada como una historia de
"ciencia ficción”; debo agregar que, como científico, me siento atraído
por esta clase de material con altas posibilidades de realidad. La precisión de
ciertos comentarios técnicos que aparecen en ella le aportan credibilidad y, la
posibilidad de modificar la psiquis de los lectores. Si el subconsciente es
alterado; en consecuencia, la realidad del individuo también lo será. ¿Puede
Caballo de Troya ocultar un mensaje con un doble propósito…? Ya veremos dijo un
ciego, pero nunca pudo ver.
Una vez superada las primera 80 páginas del libro ─las cuales conforman
el preámbulo científico─ que dan origen al singular viaje de los crononautas,
inicia mi proceso de investigación sobre los fundamentos teológicos expuestos
en esta obra; ejemplo de esto, Jasón ─ protagonista principal─ menciona a un
personaje del pueblo de Betania llamado Simón “el Leproso”, quien había sido
objeto de una sanación dada por Jesús, donde un significativo hecho retumba en
lo más profundo de mi gnosis teologal. El autor menciona, Benítez (1989):
“Al llegar frente a Simón, Lázaro se encargó de
presentarme al anciano. Al besarle comprobé como su mejilla derecha conservaba
aún las profundas cicatrices de su enfermedad. Parte del ojo, así como esa
misma zona del labio superior se hallaban prácticamente rotas y deformadas” (pág.
128).
Este relato aparentemente inofensivo y sin trasfondo, se contrasta
teológicamente al hecho de que los milagros de Jesús son obras completas; lo
cual cito en el Evangelio de Lucas 22: “50. Y
uno de ellos hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le llevó la oreja derecha. 51
Pero Jesús dijo: «¡Dejad! ¡Basta ya!» Y tocando la oreja le curó”. Podemos
asumir que el mismo Cristo; que repuso una oreja cercenada, ¿no pudo sanar las
lesiones de Simón?; el mismo que resucita a Lázaro, ¿lo dejó vivo y en el
estado de descomposición, efecto de los cuatro días que pasó sepultado? o
cuando curó a los 10 leprosos; donde sólo uno regresó para agradecerle, ¿los
dejó marcados...? y entonces ¿qué sentido tendría enviarlos con los sacerdotes
para que confirmaran la sanación?
Lucas 17: “14. Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.”. ¿Debemos asumir que estos
leprosos no quedaron totalmente limpios…? ¿para qué enviarlos al templo…? No sé a ustedes…
pero a mí, me hace un ruido tremendo esta sanación mocha en el libro de
Benítez.
Veamos si Jesús hace milagros incompletos, Mateo 12: “9. Saliendo de aquel lugar, Jesús entró en una sinagoga
de los judíos. Se encontraba allí un hombre que tenía una mano paralizada.
[...] 13. Dijo entonces al enfermo: «Extiende tu
mano.» la extendió y le quedó tan sana como la otra.”. Supongo que cuando Jesús devolvía la vista a los
ciegos, los dejaba con presbicia, miopía o astigmatismo... a los paralíticos
los dejaba cojos; a los cojos los dejaba mochos y a los mochos... quién sabe.
Analicemos este otro ejemplo a ver si compagina con el autor, Lucas 7: “22. Contestó,
pues, a los mensajeros: «Vuelvan y cuéntenle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos se despiertan, y
una buena nueva llega a los pobres.
Si bien la obra está cargada con profundas reflexiones; certeros mensajes
sobre lo que debe ser el amor cristiano; innumerables citas de los Evangelios e
incluso, reveladoras profecías de San Sebastián de Garabandal, no pierde
oportunidad para introducir ideas protestantes dentro de la mente de sus
lectores.
En el primer diálogo entre el crononauta y Jesús, comienza a develar una
de las verdaderas intenciones del autor, cuando nuestro protagonista expresa,
Benítez (1989):
“Si tu presencia en el mundo obedece a una razón
tan elemental como la de depositar un mensaje para toda la humanidad, ¿no crees
que tu iglesia está demás? ─ ¿Mi iglesia? ─ Preguntó a su vez Jesús, […]. Yo
no he tenido, ni tengo la menor intención de fundar una iglesia, tal como
tu pareces entenderla.” (pág. 158).
Como pueden apreciar, esto se contrapone drásticamente con las palabras
del Evangelio cuando Jesús dice a Simón (Pedro), Mateo 16: "18. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré
mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella". Esta interrogante
originada aquí; va ser irónicamente, piedra angular de un argumento que busca
en lo más profundo desestimar el origen del Papado del apóstol Pedro, cuando
describe una escena del Martes Santo donde comienza Jesús a preparar a sus
apóstoles para su despedida física en el mundo, Benítez (1989): “Acto seguido, Jesús se dirigió a sus doce íntimos,
dedicando a cada uno de ellos unas cálidas palabras de despedida. Y empezó
por Andrés, el verdadero responsable y
jefe del grupo de los apóstoles”. (pág. 175).
Luego de despedirse de cada discípulo ─aunque no mencionó a los doce con
exactitud─ el protagonista describe su duda sobre cómo era posible que Jesús
nunca mencionó las palabras de Mateo 16, donde Simón pasaría a ser llamado
“piedra” y, cuestiona fuertemente la veracidad de los Evangelios cuando
manifiesta, Benítez (1989): “¿Pudo ser esta
parte de la llamada «confesión de Pedro» una deficiente información por parte
del evangelista? ¿O me encontraba
ante una manipulación muy posterior a la muerte de Cristo?” (pág. 176). ¿No
sería acaso este argumento, la coartada perfecta para validar la supuesta
negación de Jesús al fundar su Iglesia? Y de no haber existido nunca las
palabras de Mateo “Y sobre esta “piedra” edificaré
mi Iglesia”; ¿Por qué insiste el autor en llamar a Simón Barjona,
todo el tiempo como “Pedro”? ¿Cómo se justificaría el nombre de “Pedro” si
nunca hubo tal revelación…?
Como pueden concluir, no tendría sentido llamar “Pedro” a Simón, con
semejante disparate. Este acto alevoso de querer desacreditar los Evangelios,
se contrapone fuertemente con la necesidad de estar citando los mismos durante
el desarrollo de toda la novela; la cual va insertando sutilmente, el
desarraigo de los creyentes católicos que no gozan de una buena base teológica
y, que buscan constantemente entrever las costuras de la Iglesia, para
justificar su desapego. Este es el verdadero daño y trasfondo de esta novela.
Entre otras ideas caóticas que fui descifrando a lo largo de la lectura,
pude encontrar una hipótesis donde se plantea a Dios (Yahvé) como el supuesto
autor intelectual de una fórmula para el asesinato de mujeres, donde se narra
un juicio por parte de las autoridades del Sanedrín, sobre las que recibían
acusaciones de adulterio.
En esta parte de la novela, el autor describe un ritual llamado “aguas
amargas” que no era otra cosa que un veneno que contenía arsénico; el cual al
ser ingerido, provocaba la muerte instantánea en las pobres víctimas femeninas
acusadas de adulterio y, en caso de que la acusada sobreviviere a la ingesta
del dantesco brebaje, esta sería liberada de los cargos y eludiría la sentencia
─ bueno, atrocidades de la época ─ pero vean como el autor; con extrema
delicadeza, introduce en la psiquis del lector, la posibilidad de un Dios
asesino cuando cuestiona el origen y la época del descubrimiento de los efectos
del arsénico. Benítez (1989): “Y si ellos no
fueron los descubridores o creadores de semejante fórmula, ¿quién lo hizo? La
conclusión inmediata sólo puede ser una: Yahvé.” (pág. 191).
Una vez más sobresale las intenciones ocultas de esta obra disfrazada de
“novela de ciencia ficción” ahora colocando en la palestra, connotaciones
sacrílegas contra el amor de Dios, ¿Cómo podría siquiera pensarse que el Dios
creador de vida, sería simultáneamente un sádico verdugo de personas inocentes?
Vamos a omitir la clasificación teológica de este acto, pero vamos a llamarlo
por su nombre civil, “cinismo”.
Continuando la investigación y el análisis crítico, compruebo una vez
más estar ante un sentido protestante de desprestigiar a la Iglesia; aunque los
hermanos separados no hubieran llegado al sacrilegio de dibujar a Dios como
autor intelectual de asesinato, pero en lo que refiere a tergiversar escrituras
podemos observar también la siguiente perla. Benítez (1989):
“El Nazareno guardó unos segundos de silencio,
mientras los miembros del Sanedrín ─rojos de ira─ iban tomando notas en los
rollos o «libros» que solían portar en sus brazos. Que el hecho me trajo a la
mente otra realidad que, tal y como venía comprobando, resultaría lamentable.
Ninguno de los apóstoles o seguidores de Jesús tomaba jamás una sola nota de
cuanto hacía y, sobre todo, de cuanto decía su Maestro. Dadas las múltiples enseñanzas
del rabí de Galilea y su considerable extensión ─como el discurso que
pronunciaba en aquellos momentos─, iba a resultar poco menos que imposible que
sus palabras pudieran ser recogidas en el futuro con integridad y total
fidelidad.” (págs. 198; 199)
No puedo evitar hacerme la siguiente pregunta: ¿No es esto otra maniobra
ladina para disminuir la credibilidad de los Evangelios? y lo más desvergonzado
del asunto, valerse de los mismos para crear una obra que tuvo tal éxito
literario… ¡el descaro total! Este si es el propio cara e’ tabla. Posterior a
este reciente ultrajo conseguimos cualquier clase de argumentos para consolidar
el objetivo anticristiano, anti-Iglesia, anti-Evangelio y anti-Papa de esta
moderna forma de aversión a lo sagrado. Tratar de resumirlas todas sería en
extremo largo y tedioso, pero puedo garantizarle que conseguirá varias de ellas
posteriormente.
El constante asecho a desestimar la autoridad conferida a Pedro, es
demasiado notoria; tal como lo demuestra una supuesta reprimenda de Jesús al
apóstol, Benítez (1989): “─Pedro, siempre yerras
porque siempre tratas de relacionar la nueva enseñanza con la vieja. Estás
decidido a malinterpretar mi enseñanza” (pág.
202). Luego en esta misma página, se aprovecha la oportunidad para
continuar con el ataque metódico y sistemático contra la veracidad de los
Evangelios, Benítez (1989): “Así que todos mis
sentidos se centraron en aquellas palabras, tan mal interpretadas y peor
transmitidas en el futuro por sus seguidores.” (pág. 202).
Para colocarlos en contexto, en este reciente episodio se describen los
signos de la segunda venida de Cristo y; para continuar con la insidiosa labor,
en la página consecutiva remata con las siguientes palabras, Benítez (1989): “Al menos en esta parte, los evangelios canónicos fueron
pésimamente construidos”. (pág. 203). ¿No
se ve acaso con claridad la intención oculta del autor…?
Es importante reiterar que la obra cita constantemente los Evangelios;
confirma incesantes reflexiones fundamentadas en el amor y la fraternidad entre
los hombres con extrema agudeza y sublime inspiración, como si se tratase de
las más profundas características de la identidad carmelitana; sin embargo,
todo es una trampa muy bien elaborada para manipular la psiquis del lector,
mediante la sutil introducción de desarraigo por la Iglesia y la religión.
A posteriori, la narrativa se seguía desplazando con la total elocuencia
de los más grandes filósofos de la historia; ideas sobre el servicio a Dios, al
prójimo, la fraternidad, colocándolos como piedras angulares del Evangelio; lo
cual es cierto, pero inesperadamente después de pasearse de forma tan docta en
medio de tales meditaciones, vuelve y remata con la estocada mortal de todo
matador; ¡OLE! ─dirían los que antagonizan con la Iglesia─ al escuchar frases
como estas, Benítez (1989):
“fueron los griegos que asistían a la reunión los
que más preguntas formularon. Desde mi punto de vista, aquellos gentiles habían
asimilado mejor que los propios apóstoles las intenciones y enseñanzas del
Maestro. Los once casi no abrieron la boca.” (pág. 265).
A pesar que la historia y la Iglesia, no niegan, ni disimulan las
confusiones que muchas veces presentaron los discípulos de Jesús, hay que tener
en cuenta que fueron ellos los que llevaron más palo que una gata ladrona,
predicando el mensaje de Cristo por el mundo, al contrario de los primeros
gentiles que pudieron haberse encandilado con esas nacientes luces del mensaje.
De ser el Evangelio una versión distorsionada de la verdad ─como muchas veces
insinuó el autor─ ¿por qué arriesgarse a la persecución, el martirio e incluso,
a las horribles muertes que enfrentaron los apóstoles?, ¿quién en la historia
ha entregado su vida por una mentira…? ¿o no otorgamos nuestro mayor sacrificio
por la verdad…? Saque usted sus propias conclusiones.
Para demostrar que la Iglesia no oculta la verdad sobre las limitaciones
de entendimiento de sus apóstoles, les ofrezco el siguiente ejemplo, Mateo 13:
"36. Después despidió
a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: «Explícanos
la parábola de las malas hierbas sembradas en el campo.» 37.
Jesús les dijo: «el que siembra la semilla buena es el Hijo del
Hombre. 38. El campo es el mundo. La semilla es la gente del Reino. La maleza
es la gente del maligno. 39. El enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha
es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles."
Como pueden ver, a los discípulos también les costaba entender las
palabras de Jesús ─ ¿qué con eso? ─ a ellos se las explicaban paso a paso
cuando se iba el gentío; por lo tanto, cuál es la intención de decir
constantemente que los apóstoles no iban a poder transmitir la fidelidad de los
mensajes de Cristo. Nuestro Señor se aseguraba de que ellos si entendieran. Por
eso Jesús dijo también, Mateo 13:
“10. Los discípulos se acercaron y preguntaron a
Jesús: "¿Por qué les
hablas en parábolas?". 11. Jesús respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios
del Reino de los Cielos, pero a ellos no.» [...] 14. En ellos se verifica la profecía de Isaías: Por más que oigan no
entenderán, y por más que miren no verán. 15. Este es un pueblo de conciencia
endurecida. Sus oídos no saben escuchar, sus ojos están cerrados. No quieren
ver con sus ojos, ni oír con sus oídos y comprender con su corazón... pero con
eso habría conversión y yo los sanaría.”
Así que no me sorprende que Benítez no comprenda... "Quien tenga
oídos que entienda."
Una y otra vez se repite esta técnica de estira y encoje del autor; por
un lado, ensalza las escrituras y por el otro, las deslegitima. Veamos el
siguiente ejemplo, Benítez (1989):
“La
única razón por la que los Evangelios Canónicos no se hacen eco de estas
enseñanzas está en una realidad mucho más sencilla pero, no por ello, menos
lamentable: desde mi personal punto de vista, cuando los evangelistas trataron
de poner por escrito la vida, obras y parlamentos de Jesús, había pasado el
tiempo suficiente como para que la inmensa mayoría de sus enseñanzas, no
pudieran ser recordadas textualmente.” (pág. 266).
El autor parece omitir ─ no sé si por falta de sapiencia─ que cuando una
persona vive una experiencia que marca su vida, esta logra describir con
extremo lujo de detalles, los más particulares y minuciosos pormenores de su
vivencia; a pesar del tiempo transcurrido y, por más que se le hostigue con
interrogatorios, no evidencian cambios en su versión. Por eso es que los
testimonios y declaraciones de testigos, son fundamentales para el desarrollo
de la sindéresis en la elaboración de una sentencia judicial. Seguidamente
encuentro estas palabras, Benítez (1989):
“Y debo insistir en algo que no puedo terminar de
comprender: ¿por qué ninguno de aquellos discípulos se preocupó de ir tomando
notas de cuánto veía y escuchaba? De esta forma tan elemental, hoy hubiéramos
dispuesto de una visión mucho más amplia y acertada de lo que dijo e hizo el
Maestro de Galilea” (pág. 266).
Como pueden notar, el autor desestima los Evangelios reiteradamente; a
pesar que gracias a ellos ─esta persona y el mundo entero─ conoce la existencia
de un hombre llamado Jesús; además de, no darle validez a una experiencia
altamente significativa en la vida de los apóstoles… “la intervención del Espíritu Santo, en el
Pentecostés”. Un factor decisivo para procurar la veracidad del más ínfimo
detalle, en lo que sin duda fue, la más controversial y significativa
experiencia de sus vidas. No se trata de depositar nuestra fe en lo que ellos
decían, sino de colocar la misma, a la luz del Espíritu.
Para demostrar que nuestro Señor no dejó cabos sueltos, en uno de los
Evangelios tenemos, Juan
14: “26.
En adelante el
Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar
en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo
lo que yo les he dicho” y en Juan 16 expresa: “13.
Y cuando venga él, el
Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad.”
Conforme avanzo en mi lectura, voy disfrutando las partes que se pueden
suponer inofensivas, hasta que ¡zas! de nuevo la puñalada trapera. En el
contexto de las indagaciones del personaje sobre los sucesos de la última cena
del jueves santo, aparece este desdeñado comentario, Benítez (1989):
“Y debo señalar ─ por enésima vez─ que la
transcripción de tales palabras por parte de los evangelistas es sólo un pobre
reflejo de lo que se habló aquella noche del llamado «jueves santo». Cuando uno
conoce esas enseñanzas y mensajes en su totalidad se da cuenta que las
Iglesias, con el paso de los siglos, han reducido el inmenso caudal espiritual
de aquella reunión con Jesús a casi una fórmula matemática.” (pág.
283).
Ahora, hay un hecho trascendental que distingue a la última cena del
Señor de todas las demás cenas pascuales, el cual encierra el místico propósito
y la máxima que conforma el epicentro de nuestra fe cristiana: "la
institución de la Sagrada Eucaristía." Fue para esta cecena que Jesús vino
al mundo.
Andrés; el que en esta versión pseudo-evagenlista es el verdadero líder
del grupo en lugar de Pedro, ofrece toda clase de detalles gastronómicos a
Jasón ─personaje principal del viaje en el tiempo─ durante el desarrollo de la
cena pascual, se describió minuciosamente el tipo de comida y bebida presentada
en la reunión, así como una disputa entre los apóstoles sobre quien debiera
sentarse a los lados del Maestro; sin embargo, no hubo ni el más mínimo detalle
sobre las palabras consagratorias que propiciaron el milagro de la
transustanciación del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo; es decir,
la razón de ser de esta cena, el pináculo sobre la comunión del Dios vivo, la
Alianza Nueva y Eterna de Jesús y su pueblo, su carne y su sangre, desaparecen por
completo de la narrativa del Jueves Santo. Que más pruebas se necesitan para
demostrar la total aversión del autor hacia la religión y la Iglesia.
Lo que mayor indignación me da sobre esta clase de trabajos disfrazados,
es que las personas; inconscientemente, dan credibilidad a la sarta de
estupideces que reza el evangelio según Benítez; mientras que simultáneamente,
miran con desprecio el valor de los verdaderos evangelistas y de tantos Santos
y mártires que dieron en sacrificio sus vidas, para cumplir la titánica misión
de propagar el mensaje de Jesús por todo el mundo. ¿Cuánta sangre derramó
Benítez por dar conocer su evangelio? y no se excusen en la aclaratoria de que
esta novela es de ciencia ficción, porque esta “obra” oculta un propósito de
mayor envergadura de lo que la mayoría de las personas pueden imaginar.
Posterior a casi un centenar de páginas que describen las primeras horas
de agonía de Jesús, encuentro una de las teorías protestantes de mayor
popularidad; teoría que incluso, es ampliamente difundida por canales de
televisión de alta fama como lo es "The History Channel", Benítez
(1989): “Llegó al huerto Judas, uno de los
hermanos carnales de Jesús” (pág. 354)
¿Hermanos carnales...? Aquí es donde yo me río, porque después de tanto bla,
bla, bla y, de supuesta investigación periodística, el autor no sabe ─ o quizás
sí, pero se hace...─ que las acusaciones protestantes sobre los supuestos
hermanos de Jesús se desmienten sobre hechos comprobables con la misma Biblia.
Para ponerlos en sintonía, Judas Tadeo es hermano de Santiago de Alfeo;
expresado en la carta a Judas 1:1 cuando se presenta como: "esclavo de
Jesucristo y hermano de Santiago". Si Tadeo hubiera sido hermano de Jesús,
¿hubiera desaprovechado la oportunidad de presentarse como familiar del Mesías?
Pero para que agarren la onda completa… Simón Barjona (Pedro), hijo de Jonás y
su hermano Andrés; Santiago el mayor y Juan, hijos de Zebedeo; Santiago el
menor, hijo de Alfeo; Mateo, de nombre completo Mateo de Leví de Alfeo ¿Qué
querrán decir con esto “de Alfeo”…?; Felipe, nacido en Betsaida; Simón el
Cananeo y Bartolomé, nacidos Caná y; por tanto, no provenían de la familia de
Nazareth; Tomás, llamado “el gemelo junto con Santiago el menor”; quedando de
último, Judas Iscariote, alías “el traidor”, nacido en Kerioth.
Cualquier tonto se da cuenta que la Virgen María sólo tuvo por esposo a
José; en consecuencia, no pudo haber tenido hijos con Alfeo, Zebedeo y Jonás y;
además, de haberle dado tiempo de ir parir ─ aparte de Belén─ a Galilea,
Cafarnaúm, Betsaida y Kerioth a toda la parranda de discípulos que; para
terminar de complicarla, eran todos cercanos a la misma edad de Jesús.
Definitivamente, toda una proeza de gestación y un caso clínico único en la
historia de la maternidad. Bueno…protestante al fin.
Ya cerca de terminar con esta historia me encuentro ante nuevos hechos
adulterados de las escrituras. Según esta absurda versión del evangelio de
Benítez, los dos bandidos crucificados junto a Cristo, fueron también
flagelados poco después de Él. Benítez (1989): “Y
cuatro legionarios se hicieron con otros tantos flagrum, procediendo a azotar a
los guerrilleros.” (pág. 399).
La verdad parece insignificante este acontecimiento, excepto por el
portentoso detalle histórico que explica que los condenados por la justicia
romana recibían uno de dos castigos, eran flagelados o crucificados ─sólo Jesús
recibió las dos sentencias─ producto de las vacilaciones propias del juicio, al
no hallarle culpable de ningún crimen por parte del procurador romano; así como
del peloteo, entre la jurisdicción de Herodes y Pilatos, para zafarse del
paquete y la constante presión del Sanedrín por darle muerte al Nazareno. Por
esta razón, Jesús sufrió los dos tormentos.
En otro giro violento sobre la veracidad de los Evangelios que; colocan
de nuevo en la palestra las oscuras intenciones de su autor, es la falsa
acusación de no haber existido nunca la vía dolorosa hacía el Gólgota; según el
alevoso y doble intencionado relato, fue por una especie de trocha para acortar
el camino ─pero a menos de 100 páginas del final─ tenía que verificar hasta
donde llegaba el cinismo de este enemigo de la Iglesia, que de seguro gozará
del apoyo moral de más de un imprudente, en querer justificar que nunca hubo
tales intensiones, ya que se trata de una obra de “ciencia ficción”. Benítez
(1989): “En esta ocasión, insisto, el centurión
se decidió por un camino mucho más corto. Siento defraudar a cuantos han creído
y creen en una vía dolorosa.” (pág.
409).
Una vez más, el autor aprovecha la oportunidad de clavar la suspicacia y
duda en el lector, dando a entender la posibilidad de que la versión oficial y
canónica de los Evangelios carece de veracidad; sin embargo, a pesar del
reiterado asedio en contra de la verdad, aquellos que honramos el compromiso de
guiar a los demás a la luz, no cesaremos en nuestra interminable tarea de
desenmascarar a los hijos de las tinieblas, que buscan incansablemente sembrar
la duda, la discordia y la cizaña, en el pueblo de Dios.
Es bueno aclarar ─en torno a la súper minuciosa descripción de la brutal
tortura sufrida por el Mesías─ que el exagerado relato del autor y su firme
determinación por disminuir la credibilidad de los textos canónicos, no se
ajusta a la realidad de los Evangelios por una simple razón de contenido; la
única intención de los evangelistas, es centrarse en el mensaje, vida y obra de
nuestro Señor, en lugar de querer resaltar en los fieles, el más oscuro guion
cinematográfico al mejor estilo de Stephen King.
Aquellos que no tienen aún, una clara visión del fundamento de los
diversos estilos literarios que conforman el canon eclesiástico, siguen como
bobos preguntándose con quién se casó Caín; con este ejemplo ─cabe agregar que
la Biblia─ no pretende dar a conocer los primeros pasos de la raza humana, sino
una exégesis más profunda sobre el origen del mal. Si a estas alturas del
partido existen todavía cristianos que se preguntan semejante clase de
zoquetadas, imagine las repercusiones que pueden llegar a tener esta clase de
información, en mentes sin preparación.
Nota: Benítez, en su intento por aportar datos
fidedignos, llega incluso a citar visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick;
incorporando parte de sus relatos, en los comentarios técnicos al pie de página
de su novela. (pág. 415).
Otro notable signo de protestantismo en esta obra, es que la Virgen
María, aparece por fin en la página 448, en la última hora de vida de su hijo.
María, quien estuvo al lado de los apóstoles antes y después del primer milagro
de su hijo y, en incontables momentos de su vida, había sido relegada a una
aparición no más importante que la de un “extra” en una película y, dando
aquella clásica estocada de ineptitud teológica “el autor”, volvió a mencionar
su logorrea versión de los hermanos carnales de Jesús; el cual no tiene otro
interés sino el de calumniar la virginidad de María. Benítez (1989). “Apoyándose en los antebrazos de Juan y del segundo
hombre (que resultó llamarse Jude o Judas y que, según pude averiguar al día
siguiente, era hermano carnal de Jesús)”
(pág. 449). Ya dejé asentado que los dos Judas de esta historia, tenían
padres y orígenes diferentes, a los del núcleo familiar de Jesús.
A posteriori, se esgrime un comentario que llama mi atención, lean y
juzguen ustedes mismos qué significa esto, Benítez (1989): “Sin embargo ante mi sorpresa, María no derramó una sola
lágrima. Sólo el temblor de sus largas y encallecidas manos, bajo cuya piel
serpenteaba una maraña de venas azules y pronunciadas, reflejaba su aflicción.” (pág. 449). Nuestra Señora acababa de perder a su
único hijo y, ¿no derramó lágrimas...? que poca estima y que falta de tacto
tuvo el autor con esta escena maternal, que debió haber desgarrado el alma, de
hasta el más sanguinario legionario.
Otra particular duda dirime de estas palabras, Benítez (1989): “La pequeña, casi insignificante, sombra de María, la
madre del Maestro, no tardó en difuminarse en la penumbra. Juan y Jude la
acompañaron en su camino regreso a Jerusalén” (pág. 451). ¿María se alejó de su hijo...? la
verdad que este hombre fue de lo más ruin con los sentimientos de la Madre de
Dios. Seguidamente menciona a una hermana carnal de Jesús a la que identifica
como Ruth; una vez más, se le imputa un nuevo embarazo a la Virgen María.
Fuera del exhaustivo análisis forense que dedicó el escritor a los
agonizantes y últimos instantes de vida de Jesús ─al mejor estilo de los
capítulos de sala de emergencias─ el comprometido protestante no desperdiciaba
oportunidad para poner en entredicho las diferencias literarias entre los
distintos cuatro Evangelios de la Biblia, como si importaran más los detalles
de si hubo más o menos sangre, más o menos gritos o, más o menos expresiones de
dolor. Cualquier cristiano con dos dedos de frente, sabe que la diferencia
entre un Evangelio y el otro, no pretende ser una competencia sobre quién
fue más preciso en los detalles de la tortura; no creo que la Iglesia
tenga interés en hacer ver tal rivalidad entre los evangelistas; ni mucho
menos, en querer darle más importancia al sadismo de los soldados romanos.
¡Al fin llegué al final del libro! con más decepción que sorpresa. Una
obra que ha dado que hablar por tanto tiempo, pensé que se centraría más en las
intrigantes teoría científicas del viaje temporal, en lugar del oculto proyecto
anti-católico. Puedo garantizar como científico, que las teorías expuestas en
películas como Start Trek o Avengers, despiertan en lo profundo de mí ser, lo
más verosímil de cosas como la velocidad warp, paradoja temporal, el multiverso
o la materia oscura. ¿Qué irá a despertar esta bufonada en las mentes sin
preparación teológica?
Esta novela que había sido tema de fascinación por mí ─ hasta ahora─
creí que cubriría mis expectativas o curiosidad científica, en lugar de una
soberana calentera que fue lo que iba teniendo, cada vez que me encontraba con
otra nueva y creativa teoría protestante.
Durante el desarrollo de sus 505 páginas obtuve inicialmente 80 de
emoción y 425 de cólera, hubo momentos que quise destruir el insolente libro,
el cual sólo es un montaje más para detractar la fe, la Iglesia, la religión y
la Madre de Nuestro Señor; pero mi compromiso por alertar a mis hermanos, fue
mayor.
Más de un incauto pensará que el propósito del libro se logró ─leer la
obra─ pero que lejos están de concluir sobre sus reales intenciones; las cuales
cito: 1) Desprestigiar la misión evangelizadora de la Iglesia y su histórica
fundación de las manos de Cristo. 2) Desacreditar la veracidad de los
Evangelios, para introducir la ideología protestante en los lectores. 3)
Desestimar en todo aspecto el Papado de Pedro y su responsabilidad apostólica
conferida por Jesús. 4) Desarraigar toda posible simpatía de los fieles, con su
Iglesia Católica; por último y no menos importante, 5) Reducir a la principal
protagonista de la vida de Cristo ─la Madre de mi Señor─ en una simple
espectadora sin propósito, ni valor. Al menos la Iglesia, si tiene documentos y
hallazgos arqueológicos con siglos de antigüedad, que respaldan los hechos.
No se dejen impresionar, este bestseller no trata de posibilidades
científicas, ovnis, ni nada que se le parezca, sus razones están bien
estudiadas y definidas, cualquier intento de verlo como una novela de ciencia
ficción; sería por demás, fútil y estéril. Es un refinado intento por destruir
la fe de los católicos.
Después de esta indignante obra que ─debo reconocer─ acentuó más mis
convicciones religiosas, en lugar de colocarlas en duda. Honestamente, no me
quedaron ganas de leer los otros libros. ¡Gracias a Dios! que las ocultas
intenciones de su materialización, se develaron en el primer tomó ─la calentera hubiera sido mayor si lo hubiese descubierto en el 5°, 6°, u 8° libro de la
saga─ Es un alivio saber, que no perderé, ni mi tiempo, ni mi dinero.
Nota: Luego de investigar un poco más, descubrí que
la obra ya gozaba de una censura por parte de la Iglesia.
Gracias a mi esposa, por
recordarme algunos ejemplos del libro de Mateo.
Un abrazo a todos en el verdadero
Cristo Jesús.