Al Revdmo. P. Saverio Cannistrà
Prepósito
general de la Orden de los Hermanos Descalzos
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo
Querido
Hermano:
Al
cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero
unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia
del Carmelo descalzo -religiosas, religiosos y seglares- por el carisma de esta
mujer excepcional.
Considero
una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año
dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como
guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo
más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir “la chispa inspiradora”
que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades (cf. Carta a los
Consagrados, 21 noviembre 2014).
¡Cuánto
bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido
directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo
continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la
Iglesia!
1.
Santa Teresa es sobre todo maestra de oración. En su experiencia, fue central
el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir
esa experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y
sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en “tratar de amistad
con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5). Muchas veces la misma narración se
convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo
interior con Cristo.
La de
Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día;
surgía espontánea en las ocasiones más variadas: “Cosa recia sería que solo en
los rincones se pudiera traer oración” (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida
del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La Santa
nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de
las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.
Para
renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de
propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos
en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen
recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de
crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.
2. A
partir de su encuentro con Jesucristo, Santa Teresa vivió “otra vida”; se
convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida 23,1). Deseosa
de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no
se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su
condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió -dice ella- “hacer
eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la
perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen
lo mismo” (Camino 1,2). Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a
sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando “con Dios negocios de poca
importancia” cuando estaba “ardiendo el mundo” (Camino 1,5). Esta dimensión
misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo.
Como
hizo entonces, también hoy la Santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a
una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él
busca y amar lo que Él ama.
3.
Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una
auténtica vida comunitaria. Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios
fue la fraternidad: “Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas
se han de ayudar” (Camino 4,7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas
sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste
“todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo”
(Camino 12,2) y poner cuanto somos al servicio de los demás. Para evitar este
riesgo, la Santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la
humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma,
sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones
28). Lo contrario es lo que ella llama la “negra honra” (Vida 31,23), fuente de
chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los
otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de
conciencia de la propia dignidad, de audacia misionera, de agradecimiento y de
abandono en Dios.
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